A diez kilómetros de Marbella, entre el Arroyo de Almadán y las sierras Blanca y Alpujata, se encuentra Ojén, un pueblo blanco que combina la serenidad de la montaña con el clima templado de la Costa del Sol. Sus laderas, ricas en minerales y cubiertas de quejigos, encinas y pinos, dibujan un paisaje mediterráneo único donde aún sobreviven especies tan valiosas como la Cabra Hispánica, el Águila Real o el esquivo búho real. Desde el valle del Juanar hasta el mirador del “puerto de Marbella”, la naturaleza se muestra en toda su espectacularidad.
Su historia se remonta al Paleolítico y cobra fuerza en época andalusí, cuando el municipio aparece citado por primera vez en la crónica de Abderramán III, con una batalla emplazada en el Castillo de Ojén durante la rebelión mozárabe. Tras la toma de Granada, el pueblo fue repoblado por cristianos viejos y, ya en el siglo XVIII, viajeros como Francis Carter lo describían como un lugar sencillo y hospitalario. En los siglos posteriores se construyeron símbolos como la Fuente de los Chorros o el Palacio de Juanar, hoy parte de su identidad.

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